RAREZAS


Un espacio donde iré publicando mis relatos cortos. 
Narraciones extrañas de horror personal
para contar alrededor de un fuego a medianoche.
Mi tributo a Edgar Allan Poe








Vangelis: Heaven and Hell






EL ESPÍRITU DECRECIENTE




Cualquier coincidencia con el parecido es pura realidad.
Itziar Mínguez Arnáiz



Hubo un tiempo en que fuí una personalidad basada en objetos. Una tercera cuarta parte de mis gestos estaba dedicada a ellos. Todos los movimientos que realizaba en el aire eran llevados a cabo para prestarles servicio, lo cual me restaba personalidad, pues lo que caracteriza a cada persona como tal es su intransferible forma de moverse y llenar el espacio más o menos coherentemente.
El simple hecho de poseer varios televisores, uno pequeño en la cocina, otro más descansado en el dormitorio y un tercero en el amplio salón, me empujaba a tener que darles uso, a dedicarles tiempo cuando me encontraba en dichos lugares. Lo mismo me sucedía con los libros, infinidad y disparidad de libros, con el coche o con el ordenador, el cual me hipnotizaba de un modo absorbente durante largas horas y que, irónicamente, aseguraba ordenarlo todo, pero en su contradicción me dejaba el cuarto desordenado.
Mi identidad estaba construida, como ya he dicho, con lo que a cada página leída los libros me decían, con lo que la televisión me hacía soñar.
La cuarta parte restante era pura obsesión.
Mi cerebro terminó siendo un juguete de juguetes, un civil, si cabe, demasiado civilizado.
En un principio creí ser una persona del todo normal. La gente que tenía a mi alrededor se comportaba de la misma manera y crianza evolutiva. Todos leían los mismos libros e incontables manos ejecutaban en el mismo instante el gesto de encender la televisión. Bien se podría decir que este hecho multitudinario era un acto de hermandad entre las gentes, que era un símbolo de unidad social, pero, en esencia, no era más que una permitida y sociable incomunicación entre nosotros mismos.
Y así empleaba mi tiempo, tiempo para objetivos sin vida. Cuando entablaba una conversación con alguien la referencia primordial era esclarecer nuestras inquietudes sobre las últimas novedades tecnológicas o literarias. Era como si la sociedad se imitase y, por tanto -bueno, creo que lo mejor sería decir por tonto-, te imitase, presumiendo de personalidad y creatividad.
Un día llegué a la conclusión de que esa imitación resultaba robótica y carente de voluntad y conciencia humana. El cómo dí al fín ese gran paso hacia la identidad puede parecer extraño e incluso ridículo al lector, pues fue, para mi asombro, a causa de un sueño.
Yo estaba flotando en el cosmos frente a un espejo de grandes dimensiones en el cual se reflejaba mi persona. Pero mi aspecto no era carnal, sino que estaba constituido de sintonías televisivas de diversos canales emitidos todos a la vez y repartidos a lo largo y ancho de mi impropio cuerpo, el cual estaba extrañamente empequeñecido y no correspondía a mi altura, sino que parecía más bien el de un ser enano. Como aquel reflejo me dejó asustado y confuso me miré el cuerpo para ver si yo también estaba hecho de imágenes televisivas que repetían spots publicitarios y, efectivamente, estaba formado de pura televisión; mi constitución era un collage de imágenes sobrepuestas. Lo curioso era que todas aquellas representaciones visuales tenían sonido y resonaban tanto en mí como en mi reflejo del espejo, lo que envolvía a la situación en un ambiente de caos sonoro. Empecé a tantear mi cuerpo para ver si me había convertido en algo intangible, pero me di cuenta de que no era así: jamás había sido más material. Me toqué la cabeza y palpé teléfonos móviles, relojes, sortijas, etcétera, etcétera. Aunque eran imágenes tenían tacto. Todo yo era un anuncio andante y sonante. De entre todo lo que toqué lo único que era en mí de carne y hueso -aparte de mis ojos de párpados diminutos-, eran mis pabellones auditivos. También caí en la cuenta de que mi copia del espejo, la cual me miraba casi sin parpadear, poseía, por igual, de capacidad para oír.
Siempre asocié a la imagen reflejada de uno mismo en los espejos como la manifestación intangible y misteriosa del otro yo, ese ser que todos llevamos dentro: el espíritu, lo metafísico, la profundad, y que era imposible de tocar puesto que el cristal ejerce de frontera y orilla entre lo figurado y lo onírico, lo material y lo espiritualmete utópico. Así que, sin más demora, probé a tocarlo y, en vez de chocar mi supuesta mano contra la lámina neutra, le toqué. ¡Podía tocar a mi otro yo, a mi alma! ¡Era material, mi espíritu era horrible y vulgarmente corpóreo al igual que yo! Sin pensármelo dos veces, acerqué mi oído a aquella plasmación de mi ser. Quería que mi yo me dijera algo, algo así como “no me obligues a tomar este camino.”, pero fue un intento vano. Consecuentemente, aproximó su oído. Mi trivialidad había invadido a mi identidad. Eran la misma cosa. La misma ostentosa mediocridad.
Cuando desperté de la esclarecedora tiniebla de aquel sueño tan singular consideré ,seriamente y en serie, reducir inteligentemente el uso y la cantidad de mis bienes materiales. Desde entonces, tengo más tiempo para los demás y para mí mismo. Y cuando me ciego con algún objeto, cuando me entretengo con la imaginación prefabricada de ciertos libros y películas, escucho carcajadas que provienen de detrás de un cristal, risas que me empujan a escribir unas cuantas líneas particulares en papel, frases que se ríen de mí y con las cuales me siento bien, porque en ellas sé quién soy.
Desde aquel amanecer surrealista y razonable escucho cómo se quejan mis bienes materiales porque ya no les presto tanta atención al dejarles con varias capas de polvo durante días.
Ahora, tengo el sueño de prestar atención a las gentes que, real y diariamente, están hechas polvo, porque su existencia no es imitadora ni emulable, pues la miseria y la auténtica inquietud de novedades no dan lugar a la imitación superficial del consumismo.
Porque mientras nuestros bienes materiales aumentan nuestro humano espíritu decrece...


Abel Santos, 1998. Relato publicado en la antología:

TARDES DEL LABERINTO, (Parnass ediciones, 2011)






ALL THE PEOPLE MOBBING


Historia basada en hechos reales

Para Nico y Sara


Busqué el número en Google y llamé por teléfono. Nadie, absolutamente nadie, me creía. Mis amistades fuera del trabajo escuchaban lo que les contaba como si fuese eso, un producto de mi imaginación. La imagen de paranoico que tenían todos de mí se acentuaba si me quejaba a algunos de los pocos superiores en la empresa dado que estuve dos meses de baja por depresión.
         Una voz contestó al otro lado del hilo telefónico, era la voz de una mujer. Tras el primer saludo de cortesía empecé a relatar mi historia.
         Era mi primer día de trabajo como mozo de almacén, un trabajo que en este caso implicaría desde ese momento una resistencia mayor. Tanto los empleados más antiguos como los dos encargados de los que voy a hablar empezaron a mirarme y a reírse con la risa de cretino más abominable que había presenciado jamás. Aquello me recordó a la escuela, cuando el nuevo es siempre el objeto de burla a prueba en su primer día. Pensé que esto sería pasajero. Lo que nunca imaginé es que se convertiría en una constante para mis vitales.
         Tras varias horas, pregunté dónde estaban los lavabos, me dirigí hacia allí, y una vez dentro, uno de los empleados me dijo que allí no podía estar, que debía a ir a otro lavabo aparte. Eso ya me pareció raro cuando vi que el resto estaba entrando en estos servicios. Aún así, entablaban diálogo conmigo mientras estábamos por la faena, y aunque pareciera que era para conocerme mejor, en realidad era para encontrarme un punto, si cabe, aún más débil. A los pocos meses empezaron a decir de mí que me echaba siestas en una sala anexa, lo cual era mentira y que mantenía relaciones sexuales en un cuarto con algunas de las operarias.
         Tiempo después, una empleada que trabajaba allí, fue a quejarse a uno de los supuestos encargados, y yo no daba crédito a lo que oía cuando este le contestó que la próxima vez que abriera la boca fuera para chupársela. Cosas así eran típicas allí dentro. Como cuando instalaron la nueva máquina de café. Una chica nueva había entrado a trabajar hacía pocos días, y ellos, sentados en una mesa justo detrás, empezaron a hacer comentarios de sus encantos físicos pero disfrazándolos como si estuvieran hablando de la máquina.
         Qué bien funciona esta nueva máquina, ¿eh? Ja, ja. Depende de lo que tú desees ella te lo ofrece. Si lo quieres más amargo, lo tienes, si lo quieres más dulce, más dulce, y si tienes prisa, que aquí siempre la tenemos, ja, ja, te lo pone exprés bien calentito en un momento. Está bien está maquina. Ja, ja.
Te preguntarás qué hizo la chica: pues en lugar de montar un escándalo lo que hizo fue hablar con uno de los pocos que mandaban allí que mereciera la pena. Al principio este hombre estaba de nuestra parte, pero esta gentuza parece tener amenazados a mucha gente, e incluso consiguieron echarle.
Esta gente va buscando adeptos, y van creando un grupo difícil de atacar. Nosotros hemos seguido quejándonos a los peces gordos, pero estos nos dicen que nos vayamos de la empresa si tan mal estamos. Cosa que yo no puedo hacer. Estamos en plena crisis, y si me fuera, la cantidad de dinero del despido no sería la justa por todos estos años que llevo aquí aguantando. Por lo cual, ellos me machacan cada vez más con que no rindo en el trabajo, que soy un inútil, para ver si un día estallo.
         Un día mi novia fue a buscarme con el coche para irnos a casa. Ella estaba esperándome en la puerta, fumándose un cigarrillo. Todos la vieron.
         A la mañana siguiente, el que parecía más enrollado de los jefes de almacén, ya que era con el que tomé, y no sé por qué, un poco de confianza, me soltó el comentario de que “menudo chocho hermoso debe tener tu novia”.
¿Y ese día fue cuando le llamaste hijo de puta, y luego él te cogió del cuello y te amenazó? dijo la abogada al otro lado del hilo─. Causa por la cual estás de baja  por depresión y temes volver allí. 
Si, así fue, y así es.
Todo lo que me has dicho son pruebas más que suficientes. Cuando quieras podemos empezar con la denuncia.
         De momento, tengo este relato.  


Abel Santos. Relato incluído en la antología El Crack de 2009 (Parnass ediciones, 2011) Un libro que trata el tema de la crisis, el burn-out (síntoma de estar quemado en el trabajo) y el mobbing, o también llamado acoso laboral.





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