Medio
millón de parados en la capital, una habitación al quilada y un treintañero
que, por el salario mínimo, descarga pupitres donde se formarán futuros
economistas. Así empieza ‘Huelga decir’, de Abel Santos. Y así ha de continuar.
Abel es un hombre
sensible, como lo fueron Bukowski envasando pepinillos, Rimbaud inundado de
absenta o Corso dentro y fuera de prisión. Abel no escribe (si lo hiciera
tendría una gran casa y sus libros coparían las mesas de novedades de los
centros comerciales): Abel poetiza. Y eso duele, como duelen la esperanza y la
verdad.
Cuidado,
joven poeta.
Cierta
poesía es un fuego salvaje.
Que no es
bueno tragarse
más de
tres poemas malditos
hasta la
maldita poesía lo sabe.
Abel regresó del
infierno (pocos lo han logrado) y supo que jamás podría volver a mentir. Su
obra es, ante todo, sincera, y el lector ha de firmar con su sangre un pacto
sagrado al abrir este libro: nunca mirar para otro lado. Verá el fracaso, el
desmoronamiento de la sociedad, el resquebrajarse de los cimientos de lo que se
llamó verdad, y deberá permanecer asido a las páginas, unas páginas que serán
la luz del pasillo tras la puerta entornada.
Abel camina con Roger
Wolfe, con Benjamín Prado, con Karmelo C. Iribarren. Pasan frente al Banco de Santander,
vomitan en las casas sin gente, lloran por la gente sin casa, contemplan las
acacias en el desierto y sueñan, ahora que conocen mil maneras de morir, con
descubrir alguna forma de vivir.
Así que cuando encuentres a alguien
que superó
una adicción
mira a esa
persona no como a quien ganó
una
estúpida pelea callejera,
sino como
al vencedor
de una
verdadera lucha de gigantes.
Abel es metapoesía, la rima dentro
de la lágrima, la
rebeldía del insolente verso libre, el fuego que purifica los papeles que
escribe la mala gente que camina. Se enfrenta a la
página en blanco sabiendo que peligra el sustento y que, como Tántalo, quizá
algún día estire el brazo y no agarre nada. Abel sabe lo que hay tras un
concurso de poesía y, cada día más flaco, compone versos con los trozos de su
corazón cada vez que explota.
El sobrio
saxofón de Stan Getz
me
abandona a la tristeza
con esta
sensación
de amor
medio escrito,
las Hojas
de otoño
en las que
la edad me ha inscrito,
un dolor
que intento
traspasar
y me atraviesa.
Los versos de Pedro
Salinas, las amantes de Picasso, el cine de Polanski, los nocturnos de Chopin,
la tumba de Jim Morrison, Zelda y Scott, Hemingway… Todo eso encontró Abel bajo
una falda y dejó abierto el poema. Y por la brecha entraron Silvia Pérez Cruz,
el Javier Colina Trío y las lágrimas de Chet Baker, ondeando banderas que se
perdieron entre las olas.
Las paredes de su
cuarto amarillean por el humo de un cigarrillo tras otro y baja al parque
tarareando canciones que ya nadie recuerda. Luego regresa a esa habitación
donde hasta el silencio calla y cierra los ojos sin esperar nada, pues ha
dejado de creer en la mañana. Entonces sueña que alguien canta jazz en la ducha
vacía y, al despertar, ha olvidado los versos que quería escribir.
Te diré
por qué no soy el poeta
que
estabas esperando:
yo no
estoy aquí,
como los
buenos conserjes,
para
enjabonar los espejos mágicos
de tu
torre de marfil
o sólo
para abrir y cerrarte
amablemente
las puertas;
estoy aquí
para hacer
todo eso
que tú no puedes:
darte una
patada en el culo,
recoger
los cristales rápido
—para
estar en casa a eso de las nueve—
y adiós
muy buenas.
Dice Javier Cano en el
prólogo: «Abel es un poeta sincero: no acepta otra forma de ser poeta y
persona. Es su verdad limpia, transparente, sin tapujos ni sombras. Sus poemas
no son un refugio: más bien son un territorio que roza lo sagrado y lo próximo.
Abel Santos enciende un cigarro y se da un paseo por la realidad, recorre sus
estrechos callejones, impregna de luz y emoción cada desencuentro y cada
obstáculo. La poesía como medicina, como oxígeno, como bálsamo, como la más
excelsa de las libertades».
Huelga decir que
estamos de acuerdo.
¿Quieren transitar este
territorio sagrado? Adelante, nos vemos a la vuelta.
Luis Sánchez Martín
Editor de Boria Ediciones
Editor de Boria Ediciones
HUELGA DECIR de Abel Santos
64 poemas sobre una crisis
prólogo de Javier Cano
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sin gastos de envío para el territorio nacional
El grupo musical León Benavente
versiona Cuesta Abajo,
una canción de Lorena Alvárez
versiona Cuesta Abajo,
una canción de Lorena Alvárez
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